· Ni para andar descubriendo pajas en los ojos ajenos…
· Ni para encabezar grupos de personas “buenas” que apedreen a las “malas”…
· Ni para aprovecharse de la gente que no tiene comida y hacer negocio con los panes y los pescados…
· Ni para cerrarles las puertas del hogar –y las del corazón- a los hijos pródigos, a los cónyuges pródigos, a los familiares pródigos…
· Ni para apagar las mechas que aún están humeando…
· Ni para hacer bajar fuego del cielo sobre todos los que no pensaban como él…
· Ni para cortar orejas a sus enemigos…
· Ni para pasar por todos los caminos haciendo como que no veía a los pobres, a los enfermos, a las viudas, a los desempleados, a los drogadictos, a los niños que andan como ovejas sin pastor…
· ¿El Cristo con el que se arregla uno en privado, en el templo o en el confesionario? ¿O el Cristo con el que también hay que arreglarse en público, haciendo las paces con el hermano que ofendimos?
· ¿El Cristo cuyo favor queremos comprar a base de veladoras y “mandas”? ¿O el Cristo cuyo amor nos ganamos a base de dar de comer al hambriento, de beber al sediento y de visitar al enfermo y solitario?
· ¿O el Cristo a quien consolamos en cada uno de nuestros hermanos afligidos?
· ¿El Cristo con el que se encuentro uno cada año en la Comunión Pascual? O ¿el Cristo que hay que encontrar diariamente en cada uno de los que nos rodean?
· ¿El Cristo al que constantemente le decimos: “Señor, Señor”? ¿O el Cristo cuya voluntad procuramos cumplir “amándonos los unos a los otros, como él nos amó”?
· ¿El Cristo que sólo se pone sobre el ataúd cuando nos morimos? ¿O el Cristo que ponemos todos los días ante los ojos para intentar imitarlo en toda nuestra vida?